Guantánamo es de las provincias con menos casos pediátricos confirmados con la COVID-19. Solo dos niños se reportan hasta la fecha como positivos y uno de ellos está recuperado, sin embargo, eso no debe traducirse en confianza para los padres en este territorio y menos para el personal de la Salud que, desde principios de marzo, trabaja para evitar a toda costa pérdidas humanas.
Kervin, licenciado en Enfermería y miembro del Contingente de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Grandes Epidemias.
Kervin Ortiz Garrido forma parte de ese ejército de hombres y mujeres de blanco, que combaten a diario el nuevo coronavirus, convencidos de que juntos es posible vencer, siempre y cuando cada uno haga lo que le corresponde, ya sea como sanitario, chofer, vendedor, campesino, artista, ama de casa… o pueblo en general.
El joven enfermero de 30 años de edad, 11 de ellos como trabajador del Hospital Infantil Pediátrico Pedro A. Pérez, fue uno de los primeros en movilizarse ante la actual contingencia epidemiológica, para laborar en el Hospital de Tropas, de Guantánamo, perteneciente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el principal centro creado para posibles casos positivos, que luego serían trasladados a Santiago de Cuba.
“Llamaron a los miembros de la Brigada Henry Reeve y nos explicaron que ante el peligro de epidemia, se estaban creando equipos para atender a los posibles afectados y necesitaban nuestra colaboración, de inmediato accedimos. Íbamos a lidiar con algo desconocido, incluso letal, pero no dudamos”, afirma Ortiz Garrido e iniciamos así una conversación-entrevista, custodiados siempre por su hija, Kenia Ortiz Vargas.
Mi entrevistado es especialista en Urgencia-Emergencia y diplomante en Unidad Quirúrgica, además, ha rotado por todas las salas del Pedro A. Pérez y, desde hace cinco años, forma parte del Contingente de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Grandes Epidemias, junto a esa tropa ha participado en las campañas contra el dengue, el cólera y la H1N1, por eso sintió que tenía la experiencia para asumir otra tarea.
“El 11 de marzo fuimos para el Hospital de Tropas, y allí formamos varios equipos compuestos por cuatro especialistas (doctor en Medicina General Integral, Pediatra o Lic. en Epidemiología y Auxiliar). Trabajábamos cada 14 días, dos equipos y nos rotábamos cada 24 horas. Transcurrido el periodo nos trasladábamos a centros de aislamiento (por dos semanas) para comprobar que no portáramos el patógeno y desinfectarnos antes de regresar a casa.
“Fuimos nosotros los que atendimos en marzo al primer positivo infantil, el hijo del médico del Caribe, ingresado con la madre. Estábamos casi seguros de que era COVID-19, por los síntomas, pero cuando se confirmó, igual suscitó la alarma.
“Había que recordar con detalles los procederes realizados, verificar que nada faltó, que no hubo errores, porque cualquier descuido podría costar la salud propia y la de los pacientes; el aislamiento, el uso de medios de protección, el lavado de las manos… era una cuestión vital y nosotros lo chequeábamos todo meticulosamente, por eso nunca nos sentimos vulnerables, aunque admito que nos alivió saber que nuestros test rápidos y PCR en tiempo real resultaron negativos”.
Además del contacto del médico con el SARS Cov-2, su equipo acogió en la Sala de pediatría al adolescente de 13 años, nieto del señor fallecido de San Justo, así como a unos 20 contactos sospechosos de contagiados, de El Salvador, Baracoa y Guantánamo; con todos se mantuvo el mismo cuidado, la distancia, aunque llegó a quererlos como su familia, quizás para suplir el amor de su niña que, distante, lo añoraba y llamaba, a veces entre llantos.
“Teníamos la responsabilidad de cuidarlos y cuidarnos, estábamos capacitados para ello, aunque la mayoría éramos jóvenes colegas del Hospital Pediátrico y de los policlínicos de San Justo, Sur, Caribe, Centro y Norte, y junto a los oficiales y soldados que siempre nos apoyaron estábamos seguros de que triunfaríamos, por eso ninguno de nosotros enfermó ni hubo brotes en nuestras salas.
“El apoyo de los padres y los niños fue también decisivo. Los recuerdo a todos, desde el pequeño Christopher, el primer contacto de viajeros nacionales hasta el muchacho de 13 años que recibimos horas antes de retirarnos al centro de aislamiento, para poder regresar a casa. A todos les explicábamos cómo evitar el peligro y cumplir las normas. Luego habría tiempo para hacernos fotos, agradecer, reír, respirar aliviados, de hecho, aún me comunico con algunos”.
Desde que se confirmaron los primeros casos en el país de la COVID-19, el joven enfermero estuvo en el primer frente de combate, siempre vigilante, atento a la evolución y los estudios sobre el nuevo coronavirus. El nasobuco, las gafas, los guantes, la bata, la higiene constante se han vuelto tan rutinarios en su vida que, difícilmente, puede imaginarse sin ellos.
“Entonces contaba cada minuto, si tenía tiempo libre llamaba a casa, veía una película, escuchaba música, conversaba… y cada cuatro horas como mínimo iba cama por cama para observar los signos vitales de cada paciente, la temperatura, la frecuencia cardiaca y respiratoria, la presión arterial, preguntar por los síntomas…
“La tensión de aquellos días será inolvidable, como también los amigos y colegas que hice. Fue un periodo duro, recuerdo que desde mi dormitorio veía el autobús de Jamaica pasar, y me preguntaba cuándo podría ver a mi familia, porque el tiempo parecía interminable, ¡y eso que nos comunicábamos a diario! En esos días falleció mi primo-hermano, estaba de guardia y no pude verlo, ni despedirlo, pero cuando regresé a casa fui a donde descansaba, a honrarle”.
Kervin Ortiz Garrido hoy está de descanso, en casa, en el poblado de Jamaica, del municipio de Manuel Tames. Le gusta repasar los nombres de sus más de 20 compañeros, antes eran desconocidos, hoy son como hermanos, dice que el 23 le toca regresar al centro hospitalario, sin embargo, no podrá ir; le asignaron otra misión.
Me confiesa que realmente le hubiese gustado volver con el equipo, porque esta batalla aún no termina, insiste en que nadie debe bajar la guardia, porque hay mucho en juego: ¡el bienestar, la salud y, sobre todo, la vida!
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